jueves, 23 de julio de 2009

Ella quiere venganza capítulo cuatro; por Moisés R. Rios

Capítulo cuatro

Doña Rosa entró apresuradamente a su casa para atender el teléfono que sonaba, dejó botadas las bolsas del mandado, manzanas y tomates quedaron regados en el piso mientras la señora descolgaba la bocina del aparato.
-Bueno, ¿quien habla?
-Señora Rosa, soy yo, Lázaro.
-¡Lázaro!-Exclamó la señora alegremente-¿Cómo has estado hijito?
-Muy bien señora, mejor de lo que se imagina.
Del otro lado de la línea Lázaro se ponía en la boca el último cigarrillo de la cajetilla y lo prendía con un encendedor que tenia serigrafiado el logotipo de un partido político.
-Dime hijito en que te puedo servir, dímelo con toda confianza.
-Señora, de hecho mi llamada es para agradecerle todas las bondades que ha tenido conmigo, no se que hubiera sido de mi estos meses sin su ayuda.

-Hijito, sabes que siempre contaras conmigo, sabes que jure al pie de la tumba de tu madre que te cuidaría siempre que fuera necesario, no tienes porque agradecérmelo.
-Muchas gracias doña Rosa, en verdad no se como agradecerle todo lo que ha hecho por mi,-Lázaro sintió que el corazón le iba a explotar después de escuchar lo que doña Rosita le había dicho-pero debo decirle que probablemente no nos volvamos a ver, tengo que atender unos negocios y necesito partir mañana mismo, por la mañana, le juro que recibirá noticias de mi muy pronto, por eso no se preocupe, hasta luego y de nuevo gracias.
Trató de contener la emoción, pero no pudo, la señora se soltó a llorar, no sabía bien que ocurría, pero lo que fuera debía de ser algo peligroso, lo único que le quedó fue rezar, rezar mucho por Lázaro, el hijo que siempre deseo tener como legítimo, pero de todos modos quien dice que Lázaro no es su hijo, ella lo crió prácticamente, ella le dio estudios y amor, nunca le faltó nada, no, si le faltó algo, el amor de su verdadera madre.
Lázaro colgó el teléfono y llamo a su amigo Rubén para afinar los detalles.
Rubén se encontraba en un lugar de esos de bailarinas, trataba de relajarse ya que por más que adquiriera experiencia en el negocio siempre se ponía nervioso así que esa noche trató de relajarse.
-Lázaro no quiero que te preocupes, veras que para mañana este asuntito ya estará arreglado, mis muchachos son unos profesionales, ¿te enteraste de la matanza? Claro que si lo hiciste.
-Claro amigo, espero que para cuando acabe esto podamos bebernos una botella de tequila tú y yo, para conmemorar nuestra amistad.
Rubén soltó una carcajada y le dijo a Lázaro que contara con ello, que de hecho mandaría a alguien a comprar el mejor tequila que existiera, para poder tomarlo, solo ellos, como los grandes amigos que eran.
Lázaro colgó el teléfono y ahora se disponía a hablarle a Tomás cuando sus zapatos lo distrajeron, pensó que eran incómodos y pesados, a pesar de que le gustaban mucho no eran los correctos para portar. Decidió que al otro día usaría los zapatos deportivos, imaginó que tendría que correr y no quería que sus zapatos fueran a convertirse en un problema.
Volteó la mirada y vio un cristo pegado en la pared, tenia varios meses durmiendo en ese cuarto y no se había percatado de la presencia del cristo.
-tu me abandonaste cuando mas te necesitaba…-esbozó una sonrisa cuando escuchó sus propias palabras.
No podía creer lo injusto que era ese Dios al que la gente le rezaba y le cantaba. Terminó por apartar sus pensamientos del cristo, sabía que estaba solo, que sólo podía contar con amigo y el arma que descansaba sobre el buró, lo había sabido desde hace mucho tiempo, durante algún tiempo pensó que su vida cambiaría, que su forma de pensar se beneficiaria con la llegada del verdadero amor, con la llegada de Magdalena, pero todo se jodió.
Debía de estar sereno, le recomendó Rubén, que los nervios no lo asaltaran, todo debía llevarse a cabo con suma tranquilidad, así que se acabó el cigarro y tiró la colilla en el piso junto con muchas otras y descolgó el teléfono.
Tomás estaba inseguro, tenia miedo, pero aún así también quería darle una lección a Max así que aceptó la propuesta de cerrar el bar por la noche, para que solo Max acudiera, tenderle una trampa, invitarlo y ofrecerle una noche para el solo, cortesía de la casa, Max no se negaría ya que en otras ocasiones el mismo había solicitado esas atenciones por parte de Tomás.
Todo era perfecto, Rubén interceptaría a los perros que custodiaban a Max, conocían su itinerario, Max les daba un receso exactamente a las ocho de la noche para que fueran y comieran, a esa hora el carro rojo los seguiría para matarlos, no importaba el modo, lo único importante era que Max estuviera solo.
Lázaro le dio las gracias a Tomás y le juro pagarle muy bien cuando todo terminara, el aclaro que no se trataba de eso, el también quería venganza, al igual que la mujer de los sueños.

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