lunes, 15 de junio de 2009

Ella quiere venganza - Capítulo tres, por Moisés R. Rios.

Capítulo Tres.

Se le había vuelto una costumbre ir diariamente al bar, platicaba con muchas de las personas, escuchando siempre atentamente lo que esas almas pecadoras le confesaban.
Más de una vez escuchó relatos sobre asesinatos, desmembramientos y violaciones, muchas veces sonaban a exageraciones, la gente seguramente le ponía de su cosecha y por eso las historias terminaban siendo completamente exageradas.
Pero una de esas historias le llamó la atención de sobremanera, era sobre una banda de delincuentes que solían conducir un automóvil rojo, los del carro colorado les llamaban ahí, eran asesinos a sueldo muy profesionales con su trabajo. Habían obtenido fama con una hazaña que había aparecido hasta en los periódicos, Lázaro sabía la historia, la leyó tiempo atrás, pero nunca se esperó que los protagonistas de aquella masacre fueran clientes frecuentes de ese bar.

Se distrajo un poco tratando de recordar los detalles de esa historia, trato de recordar las palabras que describían la brutalidad con la que la banda cometía sus delitos. Se trataba de un malentendido con unos policías, los oficiales no sabían de las relaciones que esta banda guardaba con los altos mandos, no sabían de las misiones a las cuales no podían ser enviados miembros del cuartel, no sabían que la banda se encargaba de esos trabajos. Ellos solo trataban de cumplir con su responsabilidad, habían reportado una balacera calles debajo de donde se encontraban los susodichos policías así que fueron a investigar, se toparon con la banda quienes acababan de matar a un político que no había querido seguir el protocolo de venta de drogas, no quiso pagar el precio indicado y eso le costó la vida. La banda había hecho su trabajo, de una forma sangrienta y escandalosa, tal y como les gustaba trabajar.
Los policías llegaron al lugar y antes de preguntar algo soltaron amenazas en contra de los ocupantes del automóvil.
-Suelten las armas y nos le pasará nada.
Pocos minutos después un helicóptero llegaba al lugar.
-les repito que suelten las armas.
Se empezaba a hacer de noche y el helicóptero posó sus luces justo sobre el automóvil.
Un estruendo se escuchó y la sirena de la patrulla se vio volar por los aires, los policías no dudaron un momento más y soltaron sus armas contra los asesinos.
Al mismo tiempo el helicóptero hacia maniobras para evitar el fuego enemigo. Uno de los ocupantes del carro rojo se dirigió insolentemente hacia la cajuela y sacó un arma de grueso calibre.
Otro estruendo y ahora el helicóptero caía sobre otra de las patrullas. Uno a uno los oficiales murieron, todos ellos. De los ocupantes del carro rojo no se supo nada mas, nadie quiso declarar nada, en ese momento acabó la relación que existía entro los grandes poderes y la banda.
Lázaro escuchaba atentamente la narración de uno de los borrachos del lugar, quien describía el color de la sangre como si el hubiera estado allí.
Unas noches después Lázaro seguía absorto con la historia de la banda, no por la violencia de sus actos sino por el rostro que vio en la fotografía que aparecía en el periódico. Un rostro lejano y atacado por las inclemencias del tiempo, sus ojos estaban ocultos por unas gafas oscuras pero sin embargo estaba seguro de conocerlo.
El carro se paró frente al bar, de el salieron cuatro sujetos. Vestían camisas casuales y el chofer del mismo portaba unas gafas completamente oscuras sin importarle que la oscuridad de la noche invadiera las calles.
Lázaro recordó en ese momento de quien se trataba, cuando vio el rostro entrando por la puerta del bar supo de quien se trataba. El único amigo que tuvo en la infancia, el único que ha tenido toda su vida, el que le enseñaba cosas sobre alcohol y cigarrillos cuando eran adolescentes, cosas que Lázaro nunca se atrevió a experimentar. Si, era el, no cabía lugar a dudas, era su amigo el que le había enseñado como fumar, el que le mostraba fotografías de mujeres desnudas. El único amigo que extrañó el día en que tuvo que irse lejos para continuar con sus estudios.
Su amigo era ahora perseguido por la justicia, todo por un malentendido, había asesinado a unos policías despistados que atacaron sin preguntar, su amigo, el único que había tenido.
Lázaro se levanto de su silla y casi tira su bebida cuando dio un estrepitoso salto para alcanzar a su amigo Rubén quien al verlo lo reconoció enseguida a pesar del espeso bigote y la larga cabellera con la que contaba ahora Lázaro.
Se abrazaron amistosamente y por la mente de Lázaro solo pasaban imágenes de su infancia, cuando compartía tiempo con su amigo, con el único que había tenido.
Se sentaron en la mesa del rincón, ellos solos, hablaron por horas y vaciaron casi dos botellas de Ron blanco ellos solos.
Rubén escuchaba atento la historia de su amigo y de su vida mientras que al mismo tiempo contaba lo que había hecho durante los años en que no se vieron, le contó como fue que su tío lo inicio en el negocio de las drogas, vendiendo y haciendo entregas. Poco a poco fue subiendo de puesto, hasta que tuvo la oportunidad de quedarse con el negocio de su tío quien nunca pudo tener hijos. Muchos altibajos sufrió el negocio y de lo demás parecía que Lázaro ya estaba enterado, ahora se dedicaba a hacerle favores a cualquiera que estuviera dispuesto a pagar.
Lázaro le mencionó un nombre.
-Maximiliano Coloccini.
Rubén sabia de quien se trataba, era un narcomenudista, se creía dueño de esa parte de la ciudad. Rentaba terrenos para la colocación de establecimientos que facilitaran la distribución de la droga. Si, Rubén sabía muy bien de quien se trataba.
-Rubén, yo nunca te pedí nada y sabes que no lo haría a menos que supiera que es totalmente necesario.
-dime Lázaro, en que puedo ayudarte, dímelo y veré si puedo ayudarte.
-ayúdame a matar a ese cabrón, solo ayúdame a tenerlo frente a mí, del resto yo me encargo.
Por un momento Rubén desconoció al hombre que tenia enfrente, ¿Dónde había quedado ese inocente adolescente que no se atrevía a decir ni una grosería?
-La vida da muchas vueltas Rubén, en mi caso me ha dado vueltas hasta el punto de vomitarme en la cara, pero eso se acabará pronto, pero necesito tu ayuda, por favor.
Rubén había asesinado con sus propias manos a personas más importantes que Maximiliano así que no vio porqué no ayudar a su amigo.
No preguntó las razones que tenía Lázaro para pedirle ese favor, por el momento se encontraba concentrado en sus próximas victimas, en como iba a matarlos.

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