viernes, 22 de mayo de 2009

Ella quiere venganza; capítulo dos, por Moisés R. Rios.

Capítulo Dos

El cantinero llevaba toda la semana sirviendo un vaso de vodka acompañado con agua mineral al extraño hombre con bigote que se sentaba en la mesa del rincón.
No fue sino hasta el viernes de esa semana que se atrevió a preguntar su nombre. Era su obligación, cada cliente nuevo debe de sentirse como en una familia, una familia muy desgraciada, llena de borrachos y drogadictos, la mayoría de ellos con un historial criminal, pero aun así debían sentirse como familia, de ello dependía la popularidad del lugar.

Sus clientes suelen ser amigables ante la interrogante del cantinero, la mayoría de ellos contestan de buena manera y a partir de allí se unen al círculo familiar del bar, la mayoría, menos el hombre del bigote.
Al escuchar la pregunta miró fijamente la cara del cantinero, una mirada llena de odio pudo verse en la cara del sujeto que sacó un cigarrillo y se lo lleva a la boca. El cantinero sigue esperando respuesta con una sonrisilla estúpida dibujada en el rostro. La respuesta no llega. Al contrario recibe una pregunta, el extraño hombre de bigote pregunta algo, se lo pregunta al oído al cantinero, como esperando que nadie mas escuche.
Al escuchar la pregunta el cantinero se levanta rápidamente, como si tuviera proyectiles en el culo. Le dice al extraño del bigote que se aleje de la cantina, que por su bien no vuelva nunca más y que no vuelva a preguntar por esa persona.
El hombre parece no entender y al siguiente día vuelve a sentarse en la misma mesa y vuelve a pedir un vodka con agua mineral. Solo que esta vez el cantinero no le lleva nada, sabe que el hombre no dejará de persistir.
Al siguiente día, es decir el domingo, el hombre del bigote sigue sentado en la mesa del rincón fumándose un cigarrillo despreocupadamente. A pesar de que sus ojos inspiran un odio que deja a uno perplejo, sus movimientos son calmados, serenos, parece un depredador esperando el momento justo para atacar.
Se levanta, va hacia la barra y le dice al cantinero su nombre.
-Lázaro, me llamo Lázaro.
-mucho gusto Lázaro, me agrada que quieras unirte a nuestra familia, sabes, no somos muy galantes, pero podemos ayudarte cuando quieras y como quieras.
-sabes que tipo de ayuda quiero, por favor, se que sabes de quien hablo, lo se por como te comportaste el otro día.
El cantinero se vio algo nervioso, pero su filosofía era ayudar siempre a su familia y en ese momento Lázaro se había vuelto de su familia.
-mira Lázaro, no puedo decirte mucho, porque realmente se poco del hombre, lo que te puedo decir es que es un tipo muy peligroso, se ha jodido a varias personas de este bar, a varios miembros de mi familia, ¡carajo como lo odio!- gritó el cantinero dando un manotazo en la barra.
-no se que te habrá hecho ese cabrón, pero puedes estar seguro que después de lo que me hizo tiene sentenciada su ida al maldito infierno, te lo puedo asegurar por el alma de mi difunta madre.
-bien Lázaro, creo que ahora nos estamos entendiendo, sabes, nadie de mi familia tiene los huevos suficientes para enfrentarse a ese desgraciado, pero parece ser que tu si, no se que te habrá hecho el infeliz, pero lo que sea espero que cobres tu venganza.
-yo también lo espero, con muchas ansias.
Esa noche llegó tarde al lugar donde vivía, era un cuarto pequeño y encabronadamente frió, no pagaba alquiler porque conocía de años atrás a la dueña del lugar. La señora sentía gran afecto por el hombre, así que dejó que viviera ahí el tiempo que fuera necesario.
Se sentó sobre la cama, se quitó los zapatos de piel que traía puestos, tomó un cigarrillo y se propuso a analizar la información que Tomás le había dado, Tomás, el cantinero más amigable que había conocido, no es que hubiera conocido a muchos, pero por las películas el pensaba que esa gente era malhumorada y sin sentimientos, con la única misión de llenar la vida de unos pocos con las falsas ilusiones que del alcohol resultan.
Leyó una y otra vez la nota que Tomás le había entregado, un nombre escrito, sin ninguna dirección ni ningún otro dato, solo ese nombre y el relato de como ese cabrón había asesinado a varios miembros de la familia de Tomás.
No es que ahora estuviera cargando la cruz del cantinero, pero saber un poco más de los crímenes cometidos por ese bastardo lo alentaba a cumplir con la misión que se había propuesto.
El cantinero habló de otros tres tipos que siempre custodiaban al desgraciado de ojos azules, como perros de caza, sedientos de presas. Esos hijos de puta habían matado recientemente a un hombre que les debía dinero, el pobre hombre era adicto a la heroína que ellos vendían. Solía pedirles fiado, siempre pagaba a tiempo sus deudas, pero en esa ocasión se había retrasado un día, un miserable día y ahí estaban los tres perros, listos para probar sangre a como diera lugar, enfrente de ellos venía el maldito demonio de ojos azules, no tenia nada que hacer ahí pero al parecer disfrutaba de las golpizas que sus perros propinaban a los borrachos y deudores. Así que esa noche se presentó en el bar, el cantinero no se atrevió a hacer nada, su local era seguro porque contaba con la protección del demonio de ojos azules, así que no podía interferir en sus negocios, tuvo que presenciar la golpiza que esos maricas le propinaron al pobre hombre, lo hicieron con sus propios puños, se mancharon de sangre su elegante ropa que parecía muy costosa, no les importó mucho porque disfrutaban de los gritos del hombre. El les pedía disculpas, les rogaba, les imploraba pero los malditos seguían repartiendo golpes, hasta que la cara del tipo dejó de tener forma humana y su cuerpo paró de retorcerse como cuando a un caracol lo bañas en sal. Miraron el cadáver extasiados por la sangre que corría por el piso, hurgaron los bolsillos del hombre y lograron rescatar un poco de dinero, -suficiente para pagar la deuda-dijo uno de ellos y se lo entregó al demonio. El hombre de ojos azules estaba en la entrada del bar, observando, solo observando, con una endemoniada sonrisa que parecía salir de la peor de las pesadillas.

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