sábado, 2 de agosto de 2008

En una noche, todo puede cambiar.

     “Sabía que algo malo iba a pasar esa noche, algo dentro de mi me lo decía.” Samuel no sabe precisamente a que se refiere, lo describe como una sensación, un presentimiento. De haber sabido que por salir esa noche pasaría el siguiente mes y medio en la cárcel se hubiera quedado en casa, justo como su madre se lo dijo.
Ahora, a casi dos años del acontecimiento, Samuel recuerda esa noche con lujo de detalles, recuerda la ropa que vestía cuando una de sus amistades tocó a la puerta de su casa, para invitarlo a salir.
-Vamos al Blue Monkey, ¿Qué onda te animas?
-Déjame pensarlo, pero no estoy seguro, no me siento bien.
Subió al cuarto, indeciso sobre si ir o no a la dichosa reunión donde se encontraría con varios de sus amigos.

Estando en su cuarto, frente a la ropa que había escogido, estuvo a punto de cancelar todo, pero no lo hizo.
“Éramos como quince personas, ya cuando llegamos allá se junto mas flota y terminamos siendo alrededor de treinta”.
Samuel bailaba, el alcohol había hecho efecto y su ánimo había crecido, saludaba a quien llegaba, siempre con una sonrisa.
“Llego Demetrio, como a las cuatro y media, todos nos sacamos de onda porque traía a una chava que nunca habíamos visto, la presentaba como su novia”.
Desde ese momento todos los acontecimientos empezaron a acelerarse. Poco tiempo después de la llegada de Demetrio, arribó Gilberto, quien alegaba ser pareja de quien en esos momento estaba en brazos de Demetrio.
Samuel se percató de la llegada de Gilberto y de la consiguiente pelea por la mujer que ambos reclamaban como suya. “No me metí, estaba algo tomado, pero a final de cuentas no era mi problema”.
De no haber sido por la seguridad del lugar, estos dos individuos hubieran continuado su batalla entre mesas, botellas de cervezas, colillas de cigarros y los gritos de algunas mujeres.
Samuel no sabe muy bien como, pero los separaron y sacaron del lugar. La diversión parecía haberse arruinado y Samuel no podía esperar un momento, quería irse, rápidamente.
Recordó las palabras de su madre al salir del bar, ella siempre le ha dicho que evite las peleas, si ve una confrontación que se aleje. Y es que a las puertas del recinto vio una multitud de gente, expectante, excitada, muchos se notaban asustados.
Al levantar la vista pudo ver a un compañero suyo apodado el chaquetas, trato de tranquilizarse al verlo, lo llamó e intentó dirigirle algunas palabras, pero al verlo directamente al rostro notó que estaba lleno de sangre, no sabe como, pero algo de esa sangre había caído en el.
Asustado al ver la golpiza que estaban propinándose varias personas, de las cuales el conocía a varios, intento huir acompañado de cuatro de sus compañeros a quienes había encontrado a las afueras del lugar. Se trataba de Paulina, Eli, Miguel y Jonathan.
Compraron cigarrillos en un establecimiento sobre la calle de Simón Bolívar y trataron de tomar un taxi.
-El taxi nos cobraba ochenta pesos y se nos hizo caro.
-Barato comparado con lo que gastamos después - Comenta su madre sin despegar la vista de la comida que prepara.
-Como sea, no quisimos subirnos a ese y esperamos otro. El siguiente que pasó ya no nos quiso parar, se dio cuenta que había sucedido una pelea y creo que no se quiso meter en problemas.
“Continuamos caminando por Bolívar, nerviosos, y más aún cuando una patrulla se nos acercó”.
Un policía los interrogó: -A ver chavos, ¿de donde vienen?
-Del Blue –contestó uno de ellos.
-¿De donde son?- preguntó de nuevo el oficial, pero ahora bajándose del vehículo.
-No, pues de Río Medio.
Después de un corto silencio el oficial les pidió que subieran al vehiculo. “Hubo una pelea, si saben, y pues dijeron que los de Río Medio fueron los que empezaron, así que súbanse”.
Los llevaron al Hospital Regional, donde Gilberto señalo únicamente a Miguel como a una de las personas que lo habían golpeado. “Pensé que ya nos iban a dejar ir, pero por uno que señalaron nos llevaron a todos”.
Después de llevarlos a una caseta policíaca situada en Zaragoza fueron trasladados a unos separos encontrados en Playa Linda, en donde los catearon para comprobar que no estuvieran armados.
“En esa época yo practicaba boxeo y tenia los nudillos todos rotos, eso le dio desconfianza al oficial que me estaba revisando y no dudó en señalarme, aparte que tenía sangre del chaquetas sobre mi ropa”.
Lejos de ahí, su madre, preocupada, recibía la llamada de un amigo de Samuel, le informaban de la situación de su hijo. “Lo primero que hice fue tomarme mis pastillas de la presión, luego tome un taxi y me fui a buscarlo”.
Al llegar, la señora vio a su hijo siendo fotografiado, le tomaban huellas y contestaba preguntas. No pudo hablar con el, pero desde una ventana lo pudo ver y con señas le hizo entender que ella se encargaría de todo.
Las mujeres que acompañaban a Samuel fueron puestas en libertad, los oficiales no creían que unas chicas pudieran participar en un altercado de ese tipo.
A las once de la mañana, Samuel era trasladado al penal de Allende, donde fue colocado en una celda junto con cerca de cuarenta personas. “Lo primero que percibí fue que un tipo se me quedaba viendo, ahí pensé que me moría”.
Samuel siempre ha sido fiel a su religión y en ese momento, lo único que pudo hacer fue ponerse a rezar. Después de observarlo, el tipo dio un grito a los oficiales diciéndoles que esos que habían llegado eran niños, que los sacaran.
Samuel fue recibido por el muerto, quien le dijo que no se preocupara, que nadie se iba a meter con el. “Están muy chavitos, no deberían estar aquí”.
Al recibir la primera visita, Samuel rogó a su madre que comprara tamales, cuarenta piezas, las cuales repartió entre todos los prisioneros, rápidamente se hizo con la amistad de los reos.
Posteriormente, un juez declaro autodeformal prisión en contra de Samuel. Acusado de participar en la paliza propinada a Gilberto, a quien dice nunca haber tocado. Su reacción fue de sorpresa, luego de tristeza.
“Los primeros días que duró el proceso, no comía ni hablaba con nadie, solo quería estar durmiendo. Dormía, solo así lograba olvidar por lo que estaba pasando”.
-Algo que me sorprendió fue la reacción de mi madre, estaba muy tranquila y me daba ánimos, diciéndome que me iba a sacar.
-Lo que no sabes hijo- comenta la madre- es que saliendo de ahí lo primero que hice fue golpear la pared del maldito Allende.
Samuel tenia que enfrentar un proceso, pero dicho proceso estaba detenido por que el agraviado se encontraba en estado de coma, había sufrido lesiones graves, por poco pierde una oreja, casi muere de la golpiza recibida ese domingo nueve de abril.
La única opción para Samuel era esperar, Gilberto tenia que despertar para rendir su declaración. “Ese tiempo de espera fue infernal, algunas veces los judiciales llegaban diciéndome que el chavo había muerto, que ahora si me iba a podrir allí”.
Dentro del penal fue puesto en la sección militar, un lugar al cual tienen acceso quienes pueden costearlo, se trata de una zona apartada de lo que comúnmente se llama población, es un lugar seguro comparado con el resto de la prisión.
Ahí dentro conoció a una persona que enfrentaba una condena de 32 años por homicidio. “Llevo aquí un año, al principio estaba así como tú, pero luego me acostumbré, vas a ver que no tardas en acoplarte”, así trataba de animar a Samuel.
La rutina es lo que hace que estas personas no pierdan el control, los reos tienen obligaciones que cumplir diariamente, limpiar pisos o baños, algunos otros se dedican a la elaboración de cuadros que ellos mismos venden en las instalaciones del penal.
Samuel, por su parte, tenia una rutina muy marcada, temprano se levantaba para acudir a un puesto de comida ubicado dentro del penal. “Se llama jugos Monroy, ahí me desayunaba unas picadas deliciosas y mi jugo”.
Algo importante al estar en este lugar es que siempre se debe cargar con dinero, si se tiene una visita hay alguien que te avisa, a ese alguien se le debe pagar con un peso o dos, así hay quienes contestan el teléfono y quienes te cuidan de otros.
En una ocasión recibió una llamada, Samuel contesto pensando que podría ser su madre, la voz era de un hombre quien amenazo al joven, diciéndole que guardara silencio, que no delatara a nadie.
Samuel sabía a que se refería. Y es que la persona que había empezado el conflicto en aquel bar no había sido procesado como el y sus dos compañeros. Demetrio, al parecer, había huido de la ciudad.
“Miedo, eso es lo que regularmente se siente cuando se esta ahí”, comenta Samuel. Después de meditar, continúa diciendo: “Miedo por mi y mi familia, de que algo les pueda pasar”.
Lo que menos quería la familia Juárez Ríos eran más problemas, no hablaron con nadie y siguieron pacientes a la recuperación de Gilberto, quien parecía no progresar con el tiempo.
Después de una larga espera y de haber presenciado un amotinamiento por parte de algunos reos, Samuel recibió la noticia de que Gilberto había recuperado la conciencia.
“Cuando me dijeron eso la verdad es que no me emocioné, ya antes me habían dicho que salía en dos días, esos dos días se hacían cuatro y luego ocho”. El día siete de mayo del dos mil seis, Gilberto decidió retirar la denuncia, por consiguiente se presumía que Samuel debía salir en libertad.
“Asumimos que ahí iba a acabar todo, pero todavía había que pagarle a los abogados, uno de ellos, Juan Santos Pinzón, hizo todo lo posible para que se limpiara el nombre de mi hijo”, comenta la señora muy agradecida con el trabajo del abogado.
Toñita, una amiga de Samuel le dio la noticia, le dijo que el martes veintidós saldría por fin, a las diez de la mañana, Toñita había roto la promesa que le hizo a la madre de Samuel, le prometió no decirle nada para no crearle ilusiones que pudieran ser falsas.
Esta vez Samuel confió en la palabra de su amiga, se baño y vistió con la mejor ropa que tenía, vio pasar las horas, angustiado vio como daban el segundo pase de lista a las siete de la noche sin ninguna novedad.
Resignado se acostó, cuando alrededor de la media noche un custodio lo llamó, todos los demás reos gritaban: “Se va, Juárez Ríos, pa´ fuera”. Samuel se levantó de su cama, tomó su ropa y la regaló a sus compañeros de celda.
Con lágrimas en los ojos fue recibido por su madre y hermana, al recordarlo, Samuel casi llora, al contrario de su madre quien siempre se muestra fuerte.
El salir de la cárcel no implica que los problemas hayan terminado, la madre de Samuel contrajo una deuda que asciende a los quince mil pesos, a causa de esto y por las constantes amenazas recibidas, Samuel decidió retirarse por un año.
Se dirigió a Cancún, donde gran parte de su familia vive, en la central de autobuses lo esperaba su primo quien lo recibió con un abrazo. “y que primo, ¿Qué se siente estar allí dentro?” pregunta Pablo, el cual es reprimido por su esposa. “No seas tarado, pues como se va a sentir, obvio que feo”.
Samuel no puede más que reír por esos comentarios, ese tiempo que estuvo tras las rejas lo cambió completamente, asumió nuevas responsabilidades que antes no conocía.
Se levanta y dice unas ultimas palabras- por lo menos ya no me pueden decir nada, yo ya se lo que es estar ahí dentro.


*Crónica realizada para la clase de Taller de Redacción.

1 comentario:

Unknown dijo...

por eso no voy a antros

muy buena tu historia..

soy de los nacos q casi no leen articulos kilometricos
pero por ser tu chamoy, mi amigo

me lo avente

y no me arrepiento

yo tambien temgo blog eh?
http://www.shoganaiclub.blogspot.com/

cuidate
haber cuando vienes a mi casa

saludos