jueves, 29 de octubre de 2009

'Don Lucio' por Moisés R. Rios.

Huoooojaaa, cantaba don Lucio, después de asesinar a su esposa y enterrarla en el patio trasero de su casa.
Lavó con lujo de detalles cada manchita siniestra de sangre que pudiera existir en el blanco piso de la cocina.
Tin tirin, tin tirin, y su carilla de emotividad, una guitarrilla que sonaba en el polvoriento trinador donde reproducía sus viejos discos de acetato. Eran Roberto y Lalo Parra.
-¡Esos chavales son muy pulentos!- se decía para sus adentros el jovial don Lucio.
-Yo soy país de ilusión, ésta noche canciones de amor- Así le contestaban estos miembros de la familia Parra al ritmo de una sabrosa cueca.

Vibra suave el ukelele, mientras el reloj sigue caminando su caminito largo y nostálgico, don Lucio, por su parte, sentía que la vida comenzaba para el, agua con brisa caía directo al mar. Esa brisa, en esa noche, lo conmovió y lo sedujo como nunca había sentido, una muy bonita emoción.
Se le enchina la piel a don Lucio, con una hermosa línea de bajo que se dibujaba por todo el cuarto, una guitarra muy bien afinada le hacía el amor a sus oídos y el sentía orgasmos venidos del mismísimo cielo.
-¡Apaga ese ruidero!-Fue lo último que pudo decir doña Concepción, bautizada así por haber nacido en esa colorida ciudad en las inmediaciones de aquel hermoso país llamado Chile.
-¡Vales callampa mujer!-Y don Lucio tomó fuerzas, levantóse de su sillón, arrojó estrepitosamente la nueva edición de la enciclopedia Monitor, editada por Salvat.
La mujer, delgadita como un alfiler, peló tremendos ojos al ver la corpulenta figura de su marido dejarse caer sobre ella con los puños cerrados, vio como una rabieta se dibujaba en el rostro del ceñido hombre.
La pared se teñía de un rojo profundo mientras Violeta Parra estremecía las entrañas de don Fulcio, un retortijón en la boca del estómago y con los ojos aún cerrados, deja escapar un alarido de coraje. Habiendo resuelto su ira, por fin abre sus parpados y lo que ve es a su mujer con el cráneo abierto y una mueca de terror, la mueca que uno hace cuando sabe que se le va la vida.
La jarana suena dicharachera y don Lucio arrastra el cuerpo por el piso de la cocina hasta la parte trasera de la casita. Era un jardincito que a don Lucio siempre le pareció de lo más fome, sin flores ni hierbas alrededor.
-Al fin podré sembrar esas gardenias que vi en el mercado.-Sonrió y la luz de la luna dejó ver una cara de demente felicidad que invadía a don Lucio.
Terminó su tarea, se lavó la cara, tomó ese libro de Cortazar que no podía concluir y le dio vuelta al disco de los hermanos Parra, todo era tan hermoso.
-Lucio, por amor a Dios, ya ponte a hacer algo, y apaga ese espantoso ruido.
-Ya voy mujer.
Doña Concepción se lavó la herida de la cabeza, de sangre y tierra bañada.

2 comentarios:

Belena Flores dijo...

creo que más que darme miedo don Lucio, quien me aterroriza es Doña Concepción.

Pulenta combinación Fulci-Parra-LosTres :D

Kefka Kafka dijo...

Soy un cono de limón.